Sin sangre.

Título: Sin sangre.
Autor: Alessandro Baricco (Turín, 25 de enero de 1958)
Editorial: Anagrama.
Senza sangue. 2002


-"Préstame algo corto que me entretenga"-fue el mandato.
-¿Te va Baricco?
- ¿...?
- Sin Sangre.
- ¿Vampiros?
   No, no va de vampiros.


   Una granja, cuatro tipos manejan un mercedes por un camino, fingen seguir  de largo...
   Manuel Roca oyó el ruido alejándose hacia Álvarez. ¿A quién se creen ésos que van a engañar?, pensó...
    ¿Visitas inesperadas? ¡Mucho más que eso! comienzan ráfagas de ametralladora sobre la cabaña; una niña está oculta bajo las maderas del piso y su hermano también trata de esconderse donde puede.

   La novela tiene dos partes, pocos personajes, pocos escenarios y un buen manejo de diálogos. Quizás debido a su extensión es que cueste comprender del todo algunas acciones; y, si se apela a lo lógico de los actos, tal lógica no está tan clara. En Sin sangre hay varios personajes sin escrúpulos. Es a Nina a quién más se pueda llegar a entender en sus primeros pasos, luego la protagonista sigue derroteros en los que el lector queda a cierta distancia del texto. Leeré de nuevo a Baricco, escribe bien, y afortunadamente existe la posibilidad de que me presten otros de sus libros.

   Síndrome de Estocolmo. Es algo que escapa a mi comprensión, a ver... entiendo de que se trate, pero no me despierta empatía, ni me resulta verosímil. Tres de cada cuatro no caen en el SdE, creo que soy uno de esos tres. 

La montaña Mágica

Título: La montaña mágica.
Autor: Thomas Mann. PN 1929.
          (Lübeck, Imperio alemán, 06/junio/1875 - Zurich, 12/agosto/1955)
Edhasa, Barcelona 2002
Der Zauberberg 1924

 Fue en 1911 cuando Thomas Mann, acompañando a su esposa, que se hallaba enferma, se estableció en un sanatorio de Davos, Suiza. Allí comenzó la idea de esta novela que escribe en los próximos doce años.

   Algo parecido sucede en su novela Thomas Mann acompaña a dos primos que están en un sanatorio en los Alpes Suizos, ellos son un pecoso militar: Joachim Ziemssen y un pálido de ojos azules:  Hans Castorp. Joachim está internado su primo sube a visitarlo. Mann no es un personaje de la novela, digo que los acompaña y está con ellos por que es ésta de esas novelas donde el autor deja escuchar su voz, uno lo escucha y quisiera conocerlo más para distinguir lo propio de lo que es simple vuelo literario. Thomas Mann está en su novela, entre sus personajes sin torpezas y hasta naturalmente; no como sucede en Los Miserables donde Víctor Hugo entra a trompicones a secuestrar la novela y aburrir al lector con soporíferos episodios de berrinches y descripciones eternas. Se considera a La montaña mágica una novela filosófica.

-¿Cómo...? Se equivoca, señor Septem...
-Settembrini -corrigió el italiano con elocuencia y precisión, inclinándose un poco irónicamente.
-Señor Settembrini, le ruego me dispense. Usted se equivoca, yo no estoy enfermo. He venido a visitar a mi primo y descansar un poco aprovechando la ocasión.
-Sapristi! ¿Entonces no es usted de los nuestros? ¿Está sano? ¿Sólo está aquí de paso, como Ulises en el reino de las Sombras? ¡Qué audacia descender a las profundidades donde habitan muertos irreales y sin sentido...!
-¿A las profundidades, señor Settembrini? Disculpe, pero he tenido que hacer una ascensión de unos dos mil metros para llegar hasta ustedes...
-Eso es lo que usted cree. Palabra de honor: no es más que una ilusión -dijo el italiano haciendo un gesto decidido con la mano-. Somos unas criaturas que han caído muy bajo, ¿no es verdad, teniente? -preguntó volviéndose hacia Joachim, que se regocijaba del tratamiento recibido, aunque se esforzó en disimularlo respondiendo con aire reflexivo

    Admirar a otros. Es algo natural, admirar a quien se ama, se estima, a quienes poseen aquellas cualidades o virtudes que anhelamos o valoramos. Distinto es el caso de Hans Castorp dominado por dos actitudes muy claras y persistentes
 - siempre dispuesto a dejarse influir; hay personajes que compiten por dejar en él una huella
 - la obsesión por rasgos físicos (los ojos oblicuos de Pribislav/ Mdme Chauchat) que Hans tenga un fetiche con cierto tipo de ojos y que no le importe si le pertenecen a un hombre o a una mujer ha hecho correr ríos de tinta, muchos de ellos han visto su origen en la bisexualidad del autor.

    Hans Castorp sabía por qué escuchaba a Settembrini; no podía explicarlo con claridad, pero lo sabía. Había en su complacencia una especie de sentimiento del deber, al margen de esa ausencia de responsabilidad propia de las vacaciones de un viajero y un visitante que no se detiene ante ninguna impresión y que se deja llevar por las cosas, consciente de que mañana, o pasado mañana, abrirá sus alas y volverá al orden acostumbrado. Era, por consiguiente, como una especie de voz de su conciencia y, para ser más explícitos, de su mala conciencia lo que le inclinaba a escuchar al italiano, con las piernas cruzadas, chupando golosamente de su María Mancini, o cuando los tres iban de paseo por el barrio inglés en dirección al Berghof

   Hans afirma "Creo que son más bien las circunstancias exteriores las que me han decidido." Es ingeniero pero afirma que bien podría haber sido eclesiástico o médico. 

   Mann introduce muy bien las reflexiones, las retoma y profundiza y estas van acompañando el crecimiento de los protagonistas. Hay una reflexión que se ofrece al lector (el tema del tiempo) y otros temas que son confiados como inquietud o tarea para el lector (la muerte, la consecuencias de nuestros actos).

Este pasaje me alucinó.
   El individuo puede idear toda clase de objetivos personales, de fines, de esperanzas, de perspectivas, de los cuales saca un impulso para los grandes esfuerzos de su actividad; pero cuando lo impersonal que le rodea, cuando la época misma, a pesar de su agitación, está falta de objetivos y de esperanzas, cuando a la pregunta planteada, consciente o inconscientemente, pero al fin planteada de alguna manera, sobre el sentido supremo más allá de lo personal y de lo incondicionado, de todo esfuerzo y de toda actividad, se responde con el silencio del vacío, este estado de cosas paralizará justamente los esfuerzos de un carácter recto, y esta influencia, más allá del alma y de la moral, se extenderá hasta la parte física y orgánica del individuo. Para estar dispuesto a realizar un esfuerzo considerable que rebase la medida de lo que comúnmente se practica, sin que la época pueda dar una contestación satisfactoria a la pregunta «¿para qué?», es preciso un aislamiento y una pureza moral que son raros y una naturaleza heroica o de vitalidad particularmente robusta.
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